EL LEGADO DE ATECNA

1999 / 12 minutos / Aventura – Suspense

SINOPSIS:

Una empresa de comunicaciones encuentra unos relieves mayas y contrata a unos arqueólogos para estudiarlos. Todo se complica cuando uno de los arqueólogos descubre algo terrible.

Interpretado por: Evaristo Romero, J. M. Asensio, Elena Pineda, Samuel Viñolo, Carlos Crespo
Guión, Dirección y Montaje: J. M. Asensio
Producción: J. M. Asensio, Manuel J. Rodríguez, Carolina García
Dirección artística: Gonzalo Bendala
Operadores de cámara: Andrés Asensio, Gonzalo Bendala, Carlos Crespo, Manuel J. Rodríguez, Samuel Viñolo
Sonido directo: Sami Natsheh
Música: Carlos D. Perales y Gabriel Vega

CÓMO SE HIZO “EL LEGADO DE ATECNA”

Esta carpeta es uno de mis mayores tesoros. Contiene 4 años de trabajo y abrirla supone viajar atrás en el tiempo, a una época en la que todo parecía más fácil y mi ilusión por hacer cine aún no se había encontrado con la realidad de la vida y las dificultades de mi profesión. 

El Legado de Atecna fue el primer proyecto al que me entregué como cineasta y el primero que me dejó cicatrices. Su historia empezó después de La Tenia, el corto que hice con mis amigos del instituto. Aquella fue una experiencia que nos motivó a seguir contando historias con una cámara de vídeo. Quedábamos por las tardes para grabar pequeñas escenas, casi siempre de humor, con las que jugábamos a hacer cine mientras aprendíamos sus secretos viendo “making of” de películas que nos gustaban, o los documentales Movie Magic de Discovery Channel, que emitió Canal+ en los años 90.

Aquellas tardes de cine y risas dieron como resultado una trilogía-homenaje a La Jungla de Cristal compuesta por Matanza en el BarLa Matanza 2 (Perico Ataca) y Matanza 3: Alcampo’s Holocaust. Tres pequeños cortos que no tenían otra finalidad que lucir las pistolas de aire comprimido que se compró Alfonso, y que grabamos con la nueva y flamante cámara de vídeo 8mm. de Dani, que incluía alucinantes efectos de imagen como el pixelado, el blanco y negro o el modo sepia.

Nuestra imaginación adolescente no paraba de concebir proyectos que ni se empezaban ni se terminaban, y yo quería que alguno se hiciera realidad para demostrar que éramos capaces de hacer un corto más ambicioso que La Tenia.

Uno de estos proyectos surgió precisamente de la escena en la que el Doctor envía a Timber al desván para buscar un libro que contiene la receta capaz de destruir al parásito. Aquello sólo fue una excusa para grabar en el desván de mis abuelos, pero nos dio un hilo del que tirar para tejer el argumento de una precuela que explicaría por qué el Doctor sabía que ese libro estaba ahí.

El libro “sobre matar Tenias” era un ejemplar de 1954 de “Geología y Botánica” del Doctor Salustio Alvarado

La acción de esta precuela iba a transcurrir en un yacimiento arqueológico donde se encontraban unos misteriosos relieves con la escena de un sacrificio humano en el que intervenía la Tenia. Los arqueólogos cometían el error de activar una trampa que la liberaba de su «criotubo» (donde había permanecido en letargo durante siglos), y todos iban muriendo hasta que sólo quedaba el Doctor, que conseguía destruirla con un veneno elaborado a partir de la fórmula grabada en los relieves.

Este argumento se nos ocurrió en 1995, continuando el descarado “homenaje” de La Tenia a Alien. Lo irónico es que en 2004 se estrenaría Alien Vs. Predator, donde unos arqueólogos descubrían una pirámide-trampa llena de Aliens que eran utilizados por una cultura antigua para realizar sacrificios humanos, y tras liberarlos por error se convertían en sus víctimas. Nosotros lo soñamos y Hollywood lo hizo.

Y digo “soñamos” porque era evidente que una historia así estaba fuera de nuestras posibilidades a nivel de producción. No obstante a mí me gustó mucho aquel argumento porque la arqueología y las civilizaciones antiguas son otra de mis pasiones. De hecho, antes que cineasta quise ser arqueólogo. Así que decidí dibujar un cómic de esta precuela y situé la acción en un yacimiento precolombino. Aquí puedes ver una de sus páginas escaneada. Los diálogos escritos a lápiz los cambié por una tipografía de cómic para facilitar su lectura.

En aquel momento estábamos a punto de empezar la Universidad en ciudades distintas y cada uno debía atender a sus propias obligaciones. De los cinco amigos de la pandilla, sólo Dani y yo tuvimos claro que nos queríamos dedicar al cine y elegimos estudiar Comunicación Audiovisual. Dani se fue a Salamanca y yo a Sevilla, donde me instalé en el Colegio Mayor San Juan Bosco. Allí me esperaban cuatro años de nuevas y emocionantes aventuras que compartía con mis amigos a través de cartas, ya que Internet aún no formaba parte de nuestras vidas y los teléfonos móviles eran ladrillos al alcance de unos pocos privilegiados. Los cinco manteníamos el contacto por correspondencia hasta que volvíamos a vernos en las vacaciones.

En Navidad de 1996 nos juntamos de nuevo para hablar de nuestras cosas… y del corto. Seguíamos con ganas de hacerlo, así que optamos por utilizar el argumento de la precuela como base para hacer un remake de La Tenia. En él se contaría lo que pasó en aquel yacimiento arqueológico para crear una historia de terror y supervivencia en la casa de Harry, al que convertimos en uno de los arqueólogos infectados. Timber sería un estudiante de arqueología, alumno de Harry, que se vería implicado en los sucesos. Y el Doctor sería el malo de la historia, que había estado esperando el nacimiento de la Tenia para hacerse con ella, igual que la corporación Weyland-Yutani en las películas de Alien.

Nuevamente ilusionado con el proyecto, regresé a Sevilla en enero de 1997 y me compré el libro de Linda Seger «Cómo convertir un buen guión en un guión excelente», que ya iba por su 4º edición. Gracias a este libro aprendí los conceptos básicos y fundamentales para escribir un guión de cine mucho antes de verlos en mi carrera universitaria, y su lectura me entusiasmó tanto que, aunque íbamos a hacer un corto y no una película, comencé a analizar La Tenia para encajar su historia en tres actos, le di motivaciones y metas a sus personajes, planteé conflictos entre ellos, posibles finales, dibujé storyboards… todo ese trabajo lo plasmé en una libreta a la que acabaría llamando el «Diario de la Tenia», en homenaje al «Diario del Grial» de Indiana Jones y la Última CruzadaAquí puedes ver algunas de sus páginas:

Para inspirarme durante este trabajo solía escuchar la banda sonora de Posesión Infernal, ya que el remake iba a ser un corto de terror con una puesta en escena «muy Sam Raimi», y un concepto similar: dos personajes atrapados en una vieja casa intentando cazar al monstruo sin ser cazados por éste. Para ello teníamos que sacarle más partido a la localización original donde grabamos La Tenia.

Mis abuelos nos dejaron nuevamente su casa y en Semana Santa de 1997 fuimos a verla para planificar el guión en las mismas habitaciones que habíamos utilizado en La Tenia y en otras que iban a jugar un papel importante en su remake. Durante la Feria de Abril de Sevilla, como yo era el único que no tenía clase, volví a Linares y aproveché esos días para fabricar en el taller de mi abuelo unas Tenias más resistentes que las originales, empleando materiales caseros y mucha imaginación. Hice tres modelos para tres momentos de la historia: una Tenia que babeaba por su corona de ganchos, otra con dientes retráctiles para repetir “el plano Alien 3» de La Tenia en todo su esplendor, y la más grande de todas, que iba a salir en el clímax final, y que era una marioneta con cuerpo flexible y mandíbulas articuladas.

Pasé el resto del curso esperando las vacaciones de verano para reunirnos, ponerme de nuevo la gabardina del Doctor y comenzar el rodaje. Porque esta vez íbamos “a rodar”, no “a grabar”. Para mí había una diferencia importante entre lo que habíamos hecho con La Tenia, que era jugar con una cámara de vídeo, y lo que pretendíamos hacer con su remake: un corto “de verdad”, más trabajado, que no nos diera vergüenza enseñar y que pudiéramos presentar a un concurso sin que lo rechazaran por no tener calidad de imagen y sonido.

Entonces tuvo lugar el primer “punto de giro” de esta historia, cuando mis intereses y los de mis amigos chocaron. Ellos venían “a grabar” y a echar unas risas. Incluso mi primo, que había aceptado repetir el personaje de Harry con la condición de que esta vez fuera todo más serio, no se lo tomó en serio. Y lo peor es que a todos les molestó que yo sí lo hiciera, porque más de una vez tuve que llamarles al orden como si fuera el sargento del grupo, o más bien el ayudante de dirección, preocupado por cumplir el plan de rodaje y por no molestar demasiado a mis abuelos, que nos habían permitido (otra vez) utilizar su casa como escenario cogiendo todo lo que nos hacía falta, cambiando muebles de sitio, derramando líquidos en el suelo… Al final me harté del cachondeo y cancelé el rodaje cuando apenas habíamos rodado un 20% del guión. Ni siquiera llegamos a las secuencias en las que aparecían las Tenias.

Esta foto del rodaje de 1997 presagió nuestra separación

A la derecha puedes ver lo único que se rodó del remake

Hoy se utiliza el término “diferencias creativas” cuando hay problemas que provocan la salida de alguien de un proyecto. En este caso nos fuimos todos y yo quedé como el malo de la película, literalmente, por haber sido tan estricto con mis amigos, a los que no les importó dejar otro proyecto fallido por el camino. Pero todo el tiempo que le había dedicado a su preparación no podía caer en saco roto. Y por eso decidí hacerle “un reboot al remake”.

En octubre regresé a Sevilla para empezar mi segundo año de carrera y conocí a varios “novatos” que entraron en el Colegio Mayor. Entre ellos estaba Ismael Díaz. Ismael y yo éramos los dos únicos estudiantes de Comunicación Audiovisual de todo el Colegio, y fue inevitable que nos hiciéramos amigos. Ambos compartíamos gustos cinematográficos, jugábamos al rol y leíamos cómics, así que pronto le hablé de mi proyecto, que no sería el único en el que trabajaríamos juntos.

Otro “novato” que se sumó al equipo fue Andrés Déniz, estudiante de Ingeniería Industrial que tenía su habitación frente a la mía, por lo que solía visitarme para hablar de cine… y de Expediente X, la serie que nos tenía enganchados y que se convirtió en otro referente del proyecto por sus episodios de monstruos y sus conspiraciones en la sombra. Todo apuntaba a que el guión iba a sufrir cambios, porque estaba claro que el remake ya no se iba a rodar en la casa de mis abuelos. Ni siquiera en Linares, algo que implicaba buscar nuevas localizaciones e incluso añadir personajes.

De izquierda a derecha: Ismael, Andrés y yo en el Colegio Mayor

Buscando información sobre parásitos intestinales llamé a la puerta de otro compañero del Colegio Mayor, Antonio Moya, que estudiaba Medicina y que contribuyó a esta historia con un dato fundamental, ya que en uno de sus libros descubrimos que una de las formas que tienen los parásitos de acceder a su huésped es a través de la piel, mediante «abluciones religiosas».

Ese dato me hizo pensar en algún ritual que los mayas pudieran realizar con la Tenia, y consultando mis libros de historia precolombina encontré referencias al balché, una bebida alucinógena que empleaban en sus ceremonias. Así entró en escena el personaje de Atecna, un sacerdote que, viendo el avance de los conquistadores españoles, decidió inmolar a su pueblo añadiendo al balché un ingrediente secreto: huevos de un parásito que crecía dentro de sus víctimas hasta matarlas.

La trama se había vuelto muy aterradora para que el corto tuviera un título tan cómico como La Tenia. Y como en definitiva se trataba de hacerle un remake, opté por llamarlo de otro modo más misterioso:     

Con este nuevo título presenté el guión como trabajo final de mi asignatura Redacción, y a finales de 1998 y principios de 1999, ya en mi tercer año de carrera, dibujé algunas de sus secuencias. Estaba especialmente ilusionado con las primeras, que funcionaban como prólogo de la historia y que transcurrían en el yacimiento arqueológico. Había pensado rodarlas en El Centenillo, un poblado minero situado en pleno corazón de Sierra Morena. Lo conocía bien porque cada año pasaba allí parte de mis vacaciones de verano. Todas las casas de la Calle Vista Pocicos, a excepción de la primera y la última, eran de mi familia: las compraron mis padres, mis abuelos y mis tíos, y con los años fueron reformándolas para hacerlas más habitables. Incluso pagaron el acerado y el muro que separaba la calle de un peligroso terraplén por el que los niños podíamos caernos.

Esa calle tenía unas vistas preciosas a una ladera llena de pinos y a un campo de fútbol que los colonos ingleses hicieron con gradas de pizarra, y que es considerado el más antiguo de España. Allí aprendí a montar en bicicleta, y fueron incontables las excursiones que hice con mi hermana y con mi primo por los alrededores del pueblo, trepando por los diques de estériles que había junto a las ruinas de las minas, y explorando otros lugares que conocían los mayores y a los que nos dejaban ir solos porque se fiaban de nosotros. Entonces no había tanto miedo a que los niños jugaran en la naturaleza y volvieran a casa con la ropa sucia y llenos de arañazos.

Dibujos conceptuales de las primeras escenas del guión. Haz click sobre ellos para ampliarlos

Cerca del pueblo también había un río con un puente colgante y una charca a la que íbamos a bañarnos, además de una torre de vigilancia forestal con un helipuerto, todas ellas localizaciones ideales para rodar estas secuencias del prólogo, que iban a ser las más complicadas a nivel de producción porque además de requerir vestuario y atrezzo especial, para llegar al pueblo había que recorrer en coche los 18 kilómetros de una estrecha y retorcida carretera que mareaba a los que no estuvieran habituados a ese tipo de viajes.

La charca de El Centenillo en 2012, tras ser removidos los lodos mineros que la rodeaban y que sí aparecen en el corto

La oportunidad de rodar el prólogo se presentó en el segundo semestre. Las asignaturas de Producción y Realización plantearon una evaluación práctica con un cortometraje y, ya que estaba obligado a hacerlo, podía garantizarme una buena nota si en lugar del típico corto urbano ambientado en calles y en pisos de estudiantes, sorprendía a todos con una historia de suspense rodada en unos llamativos exteriores, y de paso me quitaba las secuencias más complicadas del guión para retomar el resto más adelante.

Se lo propuse al grupo con el que hasta ese momento había realizado mis trabajos de clase, y no les convenció la idea. Ése fue el “segundo punto de giro” de esta historia, cuando nuevamente mis intereses y los de mis compañeros chocaron. Yo quería hacer algo arriesgado y ellos preferían ir a lo seguro: rodar un corto en un piso de estudiantes. Así que esta vez no hubo dramas. Me cambié de grupo y me uní a otros compañeros que sí arriesgaban en sus cortos y que los firmaban bajo el nombre de “Mundo Ficción”.

Estos compañeros no tuvieron problemas en buscar todo lo que hizo falta para el rodaje a nivel de vestuario y atrezzo. Entre ellos estaba Gonzalo Bendala, que conocía el proyecto desde que se llamaba La Tenia y de hecho había visto el corto original de 1994. Fue su padre quien hizo los relieves a partir de mis dibujos, tallándolos en Porexpan y tratándolos con arena y pintura para envejecerlos:

Los relieves que dibujé y su resultado en porexpan, obra de José Bendala. Haz click sobre ellos para ampliarlos

Mientras organizaba la pre-producción con este nuevo grupo, encontré en el Colegio Mayor a un compositor que podía hacer una banda sonora original para el corto: Carlos D. Perales, un estudiante de 9º Curso de Conservatorio que tenía en su habitación un piano digital Clavinova. Era espectacular cómo sonaba, y disponía de una salida de audio para conectarlo a un ordenador y grabar en directo lo que se tocara en él.

Un día le hablé del proyecto y le propuse que compusiera un tema de misterio y aventura a partir de la historia que le había contado. Días después me llamó, fui a su habitación, y se sentó en el Clavinova para tocar este tema:

Main Titles

por Carlos D. Perales | Atecna's Legacy

Estaba lleno de misterio, de aventura, y sonaba épico. Era lo que necesitaba el proyecto, y quedé tan impresionado que le pedí a Carlos que compusiera más temas para las otras secuencias del prólogo. Él estuvo trabajando en ellos a sabiendas de que luego tendría que adaptarlos al montaje final, pero eso… ya llegaría después.

La elección de los actores fue divertida, porque en aquella época casi todos nos poníamos delante de la cámara para actuar en los cortos de la Facultad. Estaba claro que yo iba a repetir el personaje del Doctor, que el personaje femenino lo haría una de las dos chicas del grupo, y que los arqueólogos se repartirían entre los demás, con la excepción de Harry, que era “el veterano” de la historia y el que iba a aparecer no sólo en este prólogo sino en secuencias posteriores, por lo que Gonzalo me recomendó a Evaristo Romero, un actor de teatro.

Los personajes de El Legado de Atecna convertidos en figuras de acción a lo G.I. Joe

Como el rodaje implicaba viajar hasta El Centenillo tuvimos que planificarlo en un fin de semana para no perder clases. Por suerte dos compañeros del grupo tenían su propia cámara Hi8 y no tuvimos que llevarnos una de la Facultad, que además de ser más grandes y aparatosas no podían sacarse en fin de semana. Lo que hicimos fue reservar una cámara en otra fecha y sacarla para que constara oficialmente que nuestro grupo la había usado, cuando en realidad lo hicimos todo con las nuestras. Parte del grupo vino a Linares en autobús, pasó la noche del viernes en mi cochera, donde les había preparado colchones y sofás para dormir, y al día siguiente mi padre y mi tío nos llevaron en dos coches hasta El Centenillo. Ya instalados en mi casa, y con provisiones para dos días, procedimos a rodar los exteriores del prólogo el 1 y el 2 de mayo de 1999.

El equipo de rodaje en la torre de vigilancia forestal y en la “pausa para el bocadillo”

El storyboard contemplaba un total de 180 planos. Restando las secuencias del interior del edificio, que se rodarían posteriormente en Sevilla, el plan de rodaje seguía siendo muy bestia para sólo dos jornadas, por lo que tuvimos que aprovechar al máximo las horas de luz. Íbamos «a pelo», sin focos (¿dónde íbamos a enchufarlos en mitad del campo?) ni esticos, y aunque era mayo y los días empezaban a ser más largos, la primera tarde se nubló y empezó a llover cuando estábamos rodando la secuencia de acción a orillas de la charca. Tuvimos que recoger y volver a casa para valorar cómo afrontábamos el segundo día.

Como se nos habían quedado bastantes planos colgados, acordamos regresar la tarde del día siguiente para terminar esa escena, pero a cambio tuvimos que sacrificar la del Doctor caminando hacia la torre. Se tardaba una hora en bajar al río donde estaba el puente colgante, otra hora en subir, y aparte había que volver a Linares para que mis compañeros cogieran el último autobús de regreso a Sevilla. Afortunadamente yo interpretaba al Doctor, así que la solución fue escaparme otro fin de semana al Centenillo con mi padre para que me grabara él. Un equipo de rodaje reducido a la mínima expresión: cámara y director/actor. Pero lo que pudo ser algo sencillo se convirtió en agotador, porque después de pasar toda la mañana en el río se nos ocurrió ver el material en la televisión y descubrimos que las imágenes estaban quemadas y con rayas por un defecto de la cinta. Tuvimos que bajar de nuevo por la tarde para repetir los planos, y dentro de lo malo salimos ganando porque la luz era más bonita. Gracias a mi padre pude salvar esta secuencia.

Fotos del rodaje a orillas de la charca de El Centenillo

Por último rodamos los interiores en el estudio del padre de Gonzalo, al que años después volvería para montar el conducto de Rata de Túnel. El estudio era un piso lleno de lienzos y material de pintura donde no molestábamos a nadie porque no era una vivienda sino un lugar de trabajo. Lo decoramos usando los objetos que había allí para hacerlo pasar por otro estudio distinto, el de los arqueólogos, y en las paredes colgué un mapa topográfico real de El Centenillo y otro de la supuesta región de Guatemala donde transcurría la acción. Una pantalla y un proyector de diapositivas terminaron de llenar el espacio que necesitábamos para tres secuencias, que se resolvieron en una sola jornada sin más contratiempos que las habituales tomas falsas.

Concluido el rodaje, comenzamos el montaje del corto en la sala de edición de la Facultad, que en 1999 estaba equipada con magnetos Hi8 Sony EVO-9700, o como los llamábamos nosotros: “los EVOS”.

Con este sistema analógico inevitablemente se perdían generaciones de calidad al copiar el material de una cinta a otra. Por si fuera poco, en estos magnetos no se podía hacer la corrección de color y la tituladora tenía cuatro fuentes de texto, a cada cual más pixelada.

El Legado de Atecna empezó montándose por secuencias en Hi8 y luego esas secuencias las unimos en la sala Betacam, que era «el Olimpo» al que todos queríamos entrar porque allí sí se podía «etalonar» la imagen y ponerle unos créditos decentes a nuestros trabajos. Pero salimos de Guatemala para meternos en Guatepeor.

Sufrimos todo tipo de problemas: los magnetos no sincronizaban bien los puntos de entrada y salida, la imagen perdía nitidez y color, y además estaba… «la mosca».

“La mosca” era el logotipo de la Facultad de Ciencias de la Información que marcaba todos los vídeos montados en la sala Betacam. Estaba en la esquina inferior derecha del monitor de salida y a nadie le gustaba verlo en su corto. Por eso sabíamos cómo desactivarlo. El interruptor estaba oculto detrás del mueble que alojaba todos los magnetoscopios. Sólo había que colarse por debajo, levantar un tablón y apretarlo… vigilando por si venía un profesor o uno de los técnicos de la sala y se daba cuenta de la travesura. Solíamos tapar la esquina del monitor con una carpeta, o dejábamos «la mosca» mientras revisábamos el material y la quitábamos justo cuando añadíamos un plano al montaje. Pero claro, hubo que justificar su ausencia cuando el corto se proyectó en clase para su evaluación. Nos inventamos que le habíamos añadido unas bandas negras a la imagen porque íbamos a continuar el rodaje más adelante y no queríamos que el prólogo tuviera ese logotipo. Y el profesor se lo creyó… o lo dejó pasar.

¿Y qué sucedió con la música? Pues que no llegó a tiempo. Carlos también estaba de exámenes y no pudo adaptarla al montaje. Salvo el tema principal, que acompañó la escena inicial del Doctor caminando por la jungla hasta llegar a la torre, el resto de sus composiciones se quedaron fuera y tuve que llenar los huecos con bandas sonoras de películas. Fue algo provisional para entregar el corto a tiempo, porque el plan era que Carlos completara la música cuando termináramos de rodarlo.

Pero el curso siguiente se marchó a Alemania para continuar su formación y todo lo que me dejó fue un CD con las maquetas de sus temas, que grabamos conectando mi ordenador a su Clavinova, y que incluyó una versión jazz del tema principal en el que participó Andrés Déniz con su bajo, y que puedes escuchar en el vídeo a la derecha.

Así que el primer corto que dirigí tuvo, como algunas películas, una banda sonora alternativa e inédita.

El Legado de Atecna se estrenó en mi Facultad el 9 de junio de 1999 y ese día colgué un enigmático cartel en la entrada del pasillo principal, con el título del corto y un extraño símbolo rojo sobre fondo negro. Nadie supo lo que era y viendo el corto tampoco se pudo entender, ya que se trataba de la huella ensangrentada de la Tenia. Un anticipo de lo que llegaría después, porque el prólogo que habíamos rodado terminaba con un «continuará».

El Legado de Atecna y el dibujo de su huella, que fue escaneado y retocado por ordenador

La idea era retomar la producción del corto cuando volviéramos de las vacaciones, y al empezar nuestro cuarto y último curso Gonzalo y yo estuvimos buscando localizaciones. Contábamos con la propia Facultad para algunas escenas. Un amigo nos dejaba su casa para que fuera el hogar de Harry. Ismael iba a interpretar a Timber. Las Tenias ya estaban listas… y entonces llegó el momento de rodar mi segundo corto, Veritas, que no podía aplazar más porque su historia transcurría en el Colegio Mayor y ése era el último año que pasaría en él.

Su guión ocupaba 50 páginas en Word y al montarlo dio como resultado un mediometraje de 35 minutos. Porque en aquella época mis compañeros y yo cometíamos el mismo error: escribíamos guiones dejándonos llevar por la historia sin tener en cuenta la duración recomendada para un corto, que no debería superar los 30 minutos. Y eso impedía que luego pudiéramos enviarlos a los festivales.

Por desgracia El Legado de Atecna también iba a correr la misma suerte, porque su guión ocupaba la friolera de 64 páginas. El prólogo que habíamos rodado ya duraba 10 minutos. Sumando lo que faltaba fácilmente habría alcanzado los 40, condenándolo a quedarse en esa “tierra de nadie” que son los mediometrajes. Tuve que valorar si merecía la pena seguir adelante o no, sabiendo que lo único “corto” de este proyecto iba a ser su futuro. Y a pesar de todo lo que había trabajado en él, opté por no continuar su rodaje y quedarme con la experiencia que había adquirido por el camino.

Pero antes decidí estrenar mi tarjeta de vídeo Pinnacle DC10 Plus montando de nuevo lo que habíamos rodado. La edición digital me permitió darle un mejor acabado a El Legado de Atecna a partir de sus masters originales, además de añadirle la música que le faltaba. Como Carlos estaba en Alemania necesitaba otro compositor y Gonzalo me recomendó a un amigo suyo, Gabriel Vega, que utilizaba instrumentos sampleados por ordenador. Fui a su casa un par de veces para hablarle del proyecto y dejarle el nuevo montaje, y compuso varios temas que me recordaron a la música de Vangelis, y otro para la escena final que me puso los pelos de punta cuando escuché la guitarra eléctrica del final. 

Este “Montaje del Director” fue el que vieron familiares y amigos, y el que ha perdurado hasta hoy con ese final abierto que decidí no cerrar. Quizás te parezca un error, pero en su momento fue una decisión acertada porque El Legado de Atecna iba a ser un corto muy largo… y un largo muy corto. Su historia era demasiado ambiciosa para encajarla en un máximo de 30 minutos. Por eso, muchos años y muchos rodajes después, decidí convertir su guión en un largometraje de 96 páginas. Puede que así tenga la oportunidad que le negué en su momento. Y sé que la Tenia comparte esa esperanza. Guardada en el altillo de mi armario, aún sigue esperando para salir a escena.