VERITAS

2000 / 35 minutos / Suspense

SINOPSIS

Cuatro universitarios se ven atrapados en un macabro juego de vida o muerte cuando otro estudiante libera en su Colegio Mayor una fuerza maligna que habita en un libro de ocultismo.

ORIGEN DEL PROYECTO

Pasé los cuatro años de mi carrera universitaria en un Colegio Mayor al que entré como un novato de primer curso de Comunicación Audiovisual, y salí como uno de los veteranos más ilustres, con el apodo de “La Cobra”, y haciendo lo que nadie había hecho hasta ese momento: rodar allí un cortometraje.

La idea surgió precisamente en mi primer curso. Un par de veteranos me hablaron de una leyenda que corría por los pasillos y que derivó en una historia de terror con un fantasma femenino en camisón que descartamos rápidamente porque aquello era jugar con fuego. Así que le di una vuelta a la historia con otro compañero de Comunicación Audiovisual que entró al año siguiente y al que le gustaba jugar… al rol, y decidimos esperar un par de años para que ambos tuviéramos méritos suficientes (es decir, buenas notas y participación activa en las actividades del Colegio) que nos avalaran para obtener el permiso de la dirección.

Los actores fueron los propios colegiales y el rodaje se llevó a cabo en el puente de diciembre de 1999. Pero no tuvimos en cuenta la duración del guion y Veritas terminó siendo un mediometraje cuyo estreno fue un éxito (y un cachondeo). 

CÓMO SE HIZO “VERITAS”

La historia de Veritas empezó el día que pisé por primera vez el Colegio Mayor Universitario “San Juan Bosco”. Fue una calurosa tarde de julio de 1996, cuando viajé con mis padres a Sevilla para ver un piso que habíamos localizado cerca de la Facultad de Ciencias de la Información, que por aquel entonces se ubicaba en un viejo edificio situado en la calle Gonzalo de Bilbao.

El piso era propiedad de una señora que alquilaba una habitación y te hacía la comida y la cena, imagino que poniéndote buenos platos de lentejas para que rindieras en clase. Así estuvo mi madre cuando estudió su carrera, metida en la casa de una extraña, pero a mí no me gustó nada ese plan. Tenía 18 años y no quería empezar mi vida universitaria recluido en una habitación mientras la señora veía su telenovela en el salón, así que nos fuimos con el compromiso de darle una respuesta lo antes posible.

La respuesta iba a ser «no», pero necesitábamos encontrar algo mejor. Dando vueltas por el barrio vimos este Colegio Mayor, un edificio de fachada blanca con molduras grises (que después pintaron de su actual color albero). No lo conocíamos ni teníamos referencias, pero como yo había estudiado EGB en un colegio Salesiano y la experiencia había sido buena, decidimos entrar para verlo.

Subimos las escaleras, llamamos al timbre, y una recepcionista nos abrió la puerta y se presentó como Paqui. Tras explicarle que estábamos interesados en ver el Colegio regresó a la recepción para avisar a uno de los Salesianos. Mientras le esperábamos echamos un vistazo al recibidor y a los dos largos pasillos que lo flanqueaban. Allí no se oía ni se veía a nadie, porque en julio el Colegio estaba prácticamente deshabitado. La mayoría de los estudiantes ya se habían ido de vacaciones y quedaban unos pocos haciendo sus últimos exámenes. De hecho, vimos a un par de ellos entrando y saliendo de la biblioteca situada al fondo de uno de los pasillos. 

Pronto escuchamos unos pasos que bajaban por las escaleras de mármol que había a la derecha del hall. El Salesiano en cuestión era un hombre mayor que vestía de negro, llevaba gafas, alzacuellos, y tenía el pelo blanco. Muy ceremoniosamente y en voz baja, nos saludó y se presentó como Don Luis Valpuesta. Le estreché la mano y ése habría sido el momento perfecto para recibir una descarga mental de imágenes con todo lo que iba a vivir en “El Bosco”. Si hubiera tenido esa revelación no habría dudado un segundo en decirle a mis padres: «no busquemos más, me quedo aquí». Pero en su lugar lo que pasó por mi cabeza fue: «¡vade retro, Drácula!».

Don Luis nos condujo por el pasillo situado a la derecha, donde estaban los despachos de secretaría y dirección, y que conectaba con otro pasillo de habitaciones. Nos mostró una que ya estaba libre y nos explicó que la mayoría tenían el lavabo y el espejo en la propia habitación, y el retrete y el plato de ducha en un pequeño habitáculo separado por una puerta de fuelle.

Después nos llevó de vuelta al recibidor, donde abrió la puerta del “salón verde”, llamado así por la tapicería de sus sofás, que estaba reservado para actos protocolarios y tenía un piano donde algunos estudiantes daban conciertos.

Continuamos por el pasillo izquierdo y vimos la sala de ordenadores, la biblioteca y la sala de estudio. Luego bajamos a la planta sótano y entramos en el salón-bar, donde servían desayunos, meriendas, y se hacían charlas con invitados. Vimos el comedor, que era de tipo buffet, la sala de prensa y revistas, las tres salas de televisión, otra con lavadoras y tabla de planchar, y un patio con piscina.

En esa planta sótano también estaba la imprenta, donde Don Luis pasaba muchas horas trabajando y donde publicaba La Quincenal, una hoja de Antiguos Alumnos que nos repartían por debajo de la puerta. Fue en esa imprenta donde Don Luis tendría el detalle, más adelante, de encuadernarme una guía coleccionable de videojuegos que sacó la revista “Micromanía” durante varios meses.

Volvimos al recibidor y allí terminó la visita. No subimos a las dos plantas superiores, donde había más habitaciones y estaba el auditorio. Lo cierto es que no parecía un mal sitio, pero la inquietante presencia de Don Luis y la ausencia de gente me hizo pensar que “El Bosco” era algún tipo de internado religioso y que mi vida allí iba a ser peor que en el piso de la señora, por lo que tampoco me gustó como opción. Aún así nos dieron el documento de solicitud de plaza porque estábamos a tiempo de presentarlo, y tras despedirnos regresamos a Linares.

Durante el viaje valoramos muchas cosas y finalmente la balanza se inclinó a favor del Colegio, así que días después enviamos la solicitud junto a mi expediente académico y una carta de recomendación que también nos pidieron para corroborar que yo era un “buen cristiano y honrado ciudadano”. La firmó uno de los Salesianos de mi colegio de EGB, y tiempo después se confirmó mi plaza en «El Bosco». La suerte estaba echada.

Foto del curso 1996-1997 en el patio del C. M. U. San Juan Bosco. A ver si me encuentras…

Al comienzo de mi primer año tuve que pasar por el clásico ritual de los novatos, que afortunadamente se había suavizado bastante desde que la Universidad envió un comunicado a todas las residencias y Colegios Mayores de Sevilla para que prohibieran las novatadas, debido a que en otros centros se había cruzado el límite de las “bromas inocentes” y hubo casos de denuncias. Por suerte para mí, “El Bosco” no era un lugar hostil para los novatos, y lo único a lo que nos obligaban los veteranos era a “presentarnos”, poniéndonos firmes y recitando lo siguiente:

«Se presenta el puto y vil novato: (el mote que te hubieran puesto),
de profesión: (algún trabalenguas generalmente sexual-escatológico),
que malvive en la pocilga número: (tu número de habitación),
y que si sus muy ilustres veteranos se lo permiten,
malgastará su tiempo estudiando: (tu carrera)».

Cualquier error de pronunciación o alteración en el orden de las frases significaba ir al suelo. Los veteranos nos mandaban hacer flexiones hasta que se aburrían de contarlas, y en el peor de los casos nos decían que sujetáramos un cenicero de pasillo con los brazos extendidos. Pero estas bromas sólo duraban las primeras semanas del curso, hasta que se celebraba la Fiesta del Novato, que iba precedida de un teatro en el que nos repartían por grupos para recrear historias y anécdotas de los propios veteranos, y en el que mi grupo hizo una parodia de Pulp Fiction. Adivina a quién le tocó disfrazarse de Uma Thurman y hacer el famoso bailecito de la película…

Mi teatro de novato, disfrazado de Uma Thurman, y la invitación a la fiesta posterior

Al acabar el teatro recuerdo cruzarme por los pasillos del Colegio con otros compañeros eufóricos, aún con sus disfraces puestos, celebrando que esa noche dejábamos de ser novatos para convertirnos en “colegiales de primer año”. Tras la ducha y el cambio de vestuario bajamos al patio para bailar y beber, ya de “rigurosa media etiqueta” como rezaba la invitación, acompañados de amigos y amigas de la Facultad que podíamos traer… pero no subir a nuestras habitaciones bajo pena de expulsión.

Nos habíamos librado de las presentaciones y de las flexiones, pero no estábamos exentos de otras tradiciones del Colegio que afectaban a novatos y veteranos por igual, como los temidos “rebotes”, que consistían en vaciarte la habitación en el pasillo si cometías el error de irte sin echar la llave y alguien abría tu puerta de casualidad, o los “cuchareos”, que se producían en el comedor si por algún motivo te ausentabas brevemente dejándote la comida en la mesa. Al volver encontrabas tu bandeja llena de platos y vasos de todos los que hubieran terminado de comer antes que tú, mientras que el resto de comensales te dedicaba una ovación golpeando sus cubiertos contra las jarras metálicas de agua.

Otra tradición era que todos formásemos parte de alguna Consejería, que eran los grupos de colegiales que organizaban las actividades de cada curso: las fiestas, los viajes culturales, las charlas en el salón-bar y las conferencias en el auditorio con ponentes ilustres. Yo me apunté a la consejería de Medios de Comunicación, en la que había estudiantes de varios cursos de Periodismo, Publicidad, Informática y Bellas Artes.

Con el periodista Rafa Vega, controlando la asistencia a una conferencia en el auditorio

Veritas empezó a gestarse en una de estas reuniones de la Consejería. Solía juntarme con dos veteranos, Clemente López y Emilio Cañas, para hablar de los contenidos de una revista que íbamos a editar a modo de resumen anual del curso, y una noche tras la cena me contaron la leyenda de un colegial que había fallecido al caerse por la escalera de incendios por la que se bajaba a la piscina.

Fuera cierta o no, aquella leyenda avivó nuestra imaginación para darle forma a un corto de terror que terminaría con la muerte del protagonista de esa manera, como al final de El Exorcista. En la historia intervenía el fantasma de una mujer que vagaba por los pasillos del Colegio vestida con un camisón y susurrando “Je suis la Mort” («Yo soy la Muerte») en homenaje a las películas de Jean Cocteau, cineasta francés que estaba descubriendo en una de las asignaturas de mi carrera y que me inspiraría la historia de otro corto, Cuando Apolo encontró a Dionisos. Una compañera de clase de Clemente acabó enterándose de lo que estábamos tramando y decidió apuntarse para escribir el guión con nosotros e interpretar el personaje del fantasma.

Pero la idea no prosperó porque sabíamos que los Salesianos no iban a darnos permiso para meter a una chica en el Colegio por la noche, y menos aún en camisón. No obstante, la idea de grabar un corto allí me atraía porque, una vez se cerraban las puertas y se hacía el silencio en los pasillos, “El Bosco” era lo más parecido al Hotel Overlook de El Resplandor. Podías salir de tu habitación y recorrerlo de madrugada sin encontrarte a nadie salvo al portero de noche que estaba en recepción, y en los meses más calurosos a algún noctámbulo que bajaba en chanclas al salón-bar para llenar su botella de agua fría. ¡Cómo no iba a aprovechar semejante escenario!

En mi segundo año llegó al Colegio otro estudiante de Comunicación Audiovisual, Ismael Díaz, que al principio estuvo “bajo sospecha” de los Salesianos porque en su habitación había pósters de Manowar, AC/DC y uno de Carmen Electra que rozaba el límite de la censura. Por si esto fuera poco… Ismael jugaba al rol, y en aquella época si jugabas al rol te miraban mal por aquel crimen de 1994 que generó una “alarma social” al extenderse la falsa teoría de que el rol generaba comportamientos perturbados en los jóvenes o los convertía en psicópatas.

Yo también jugaba al rol pero nunca maté a nadie en la realidad, y un día me junté con Ismael y con otro par de compañeros del Colegio para jugar una partida en la sala de informática. Uno de los Salesianos entró, nos vio alrededor de la mesa con folios, lápices y dados de varias caras, y pensó que estábamos haciendo un aquelarre.

Decidimos seguir la partida en la habitación de Ismael para evitar más miradas inquisitivas, pero aquello nos molestó. Y en “venganza” hice un dibujo para una aventura del juego de rol La Llamada de Cthulhu, que titulé Doomed Mayor.

A Ismael le hizo gracia y pensamos en escribir una aventura ambientada en el Colegio para jugarla “en vivo”. Entonces me acordé de aquel proyecto de cortometraje, se lo conté, y fusionamos ambas ideas para rodar un corto cuyos personajes fueran colegiales atrapados en una partida de rol… maldita. Así podríamos incluir toda clase de referencias a las tradiciones del Colegio y a situaciones que más de uno habíamos vivido en él.

Pero decidimos esperar porque Ismael acababa de llegar al Colegio y yo estaba en mi segundo curso. Aún no teníamos méritos suficientes para obtener el “permiso de rodaje”. 

Al final de mi tercer curso (1998-1999) rodé El Legado de Atecna y después de estrenarlo en la Facultad lo puse en el Colegio. Las tres salas de televisión recibían la señal del vídeo que estaba instalado en la recepción y así podíamos ver las películas que alquilábamos los fines de semana. Bajaron a verlo muchos colegiales y también los Salesianos, que me felicitaron como “director de cine”.

Estaba demostrando una conducta ejemplar porque iba a curso por año, no salía ni llegaba tarde entre semana, las únicas fiestas en las que se me veía eran las del Colegio, y participaba activamente en la Consejería de Medios. En ella, aparte de alquilar las películas del fin de semana, me encargaba de grabar y editar el teatro de los novatos para venderles una copia de recuerdo, y también diseñaba los contenidos de la revista anual y de una hoja mensual de pasatiempos y noticias varias llamada “El Guatimol”, que ilustraba con algunos dibujos. Nunca olvidaré las reuniones nocturnas con mis compañeros de Periodismo para diseñar “El Guatimol” en el Microsoft Publisher, bebiendo capuchinos de sobre y riéndonos con las gamberradas que se nos ocurrían frente al ordenador.

El terreno ya estaba preparado para rodar un corto en el Colegio, y nos pusimos a ello al comienzo de mi cuarto y último año en “El Bosco”.

Foto del curso 1999-2000 en las escaleras de la Estación de Tren de Santa Justa. Esta vez soy fácil de localizar

Cuando regresé a Sevilla en septiembre de 1999 llevaba lentillas y me había dejado un bigotillo de narco mejicano que me valió el alias de “La Cobra”. Mis compañeros extendieron el rumor de que yo era un veterano muy serio y muy chungo, y fingí serlo durante los ensayos del grupo de novatos que elegimos para el teatro de ese año. A más de uno lo fusilé con la mirada en plan Risto Mejide y lo mandé al suelo para hacer flexiones cuando se equivocaban recitando su presentación.

Ésta fue mi foto de ese año para “el careto”, que era el libro que nos daban a todos los colegiales a principios de curso con las fotos y los datos de los habitantes del Colegio y de los pisos adscritos al mismo, que estaban en la misma calle. Este libro era nuestro Facebook. Lástima que a ningún compañero de Informática o de Teleco se le ocurriera hacer su versión digital, porque hoy sería millonario.  

“La Cobra” también salió en la introducción que grabamos para el vídeo del teatro, junto a mis compañeros de la Consejería Miguel Ángel de la Rosa, alias “Porcuna”, Ismael Díaz, alias “Sacaluga”, y el propio Consejero de Medios, Fernando Doblas, todos haciendo un homenaje a Reservoir Dogs. Tras la fiesta del novato me afeité el bigote pero no renuncié a mi alias, que molaba mucho, y empecé a escribir el guión del corto con Ismael y con otro compañero, Jesús Álvarez, que se apuntó al proyecto.

Faltaban dos meses para el cambio de milenio y mucha gente estaba nerviosa con el Efecto 2000, que iba a ser catastrófico a nivel informático porque los ordenadores se iban a colgar, muchos sistemas básicos iban a fallar, las cuentas bancarias se iban a quedar a cero…

Y a eso se sumó una moda de películas que explotaron el fin del milenio desde una perspectiva religiosa como Dogma, Pactar con el Diablo, El Tercer Milagro, El Fin de los Días, Stigmata

El guión de nuestro corto también siguió esa línea, porque giraba en torno a un libro de ocultismo que un estudiante de Teología llevaba al Colegio para descifrar el enigma de sus páginas, y al equivocarse desataba una fuerza maligna que atrapaba a los protagonistas en un juego de supervivencia. Videojuegos como Resident Evil o Silent Hill habían puesto de moda el género del “survival horror” en escenarios siniestros llenos de puzzles, y el Colegio nos brindaba un extenso tablero de juego con habitaciones, pasillos, un auditorio, una biblioteca, el “salón verde” del piano, el salón-bar, el comedor, la sala de prensa, las salas de televisión, la recepción, la claustrofóbica habitación-botiquín situada bajo el hueco de la escalera… nos planteamos rodar incluso en la capilla, y la primera versión del guión acabaría teniendo una escena allí que finalmente cambiamos de ubicación para no herir sensibilidades.

Porque queríamos que los Salesianos nos dejaran rodar el corto, no que nos expulsaran al verlo. Por suerte no llegaron a pedirnos el guión, pero lógicamente tuvimos que explicarles su argumento… de forma genérica, sin especificar que los protagonistas estaban jugando al rol o que uno de ellos tenía una revista de señoritas desnudas, las únicas que podíamos meter en nuestra habitación.

Como la historia transcurría de noche tampoco podíamos meter a nadie más en el Colegio, por lo que tanto los técnicos como los actores tuvimos que ser los propios colegiales. El casting lo hicimos mirando “el careto” y eligiendo a los siguientes:

La nueva generación de Al Salir de Clase 

Ismael se pidió interpretar a Juanma, el director de la partida de rol. No tenía más que hacer de él mismo, y de hecho se había estado preparando esos años dejándose el pelo largo, algo que unido a una camiseta del grupo Megadeth logró el look perfecto de un «heavy, rolero, soltero y hetero». A Joaquín Rodríguez, que tenía pinta de curilla aunque estudiaba Arquitectura, le dimos el papel de Mateo. Manuel Moreno, que estudiaba Medicina, hizo de Jorge. Andrés Collado también estudiaba Medicina pero lo convertimos en Miguel, estudiante de Conservatorio. Y José Manuel García, que estudiaba Derecho, hizo del matemático Óscar. El Consejero de Medios y estudiante de Publicidad, Fernando Doblas, se metió en la piel de “El Piticlín”, que estaba basado en un “novato nerd” que solía quejarse mucho a recepción porque le molestaba la música en habitaciones ajenas.

Completamos el elenco con otro colegial que hizo de recepcionista en la ficción, y al recepcionista real le pedimos que hiciera de bibliotecario. El equipo de producción éramos Ismael y yo con la ayuda de otros compañeros que nos ayudarían en el rodaje. A nivel técnico yo aporté mi cámara, mi trípode y un foco halógeno para tener alguna luz de relleno. El filtro de color lo aportó Ismael poniéndose un polo rojo y apuntándose al pecho con el foco para rebotar una luz demoníaca, a costa de pasar un poco de calor (que en invierno no venía nada mal).

Respecto al libro de ocultismo, en la biblioteca del Colegio no había ninguno pero en el archivo contiguo, donde grabaríamos la primera secuencia del corto, sí había libros antiguos con las cubiertas gastadas. Los Salesianos me dejaron escoger uno y se lo dejé a Gonzalo Bendala, con quien ya había trabajado en El Legado de Atecna, para que lo retocara en su casa y me lo devolviera convertido en «De Verbum Verita» («Palabra de Verdad»). Le puso ese título en la tapa con letras doradas y envejecidas, y le añadió un par de páginas falsas con unos grabados de estética medieval que eran las dos posibles respuestas al enigma: una religiosa (el corazón) y otra científica (el hipotálamo).

Las páginas del enigma contenido en el “De Verbum Verita”

Elegimos el puente de diciembre como fecha de rodaje porque casi todo el mundo se iba a ir de vacaciones «pre-Navideñas», incluido el 80% de los Salesianos, que nos dieron permiso para movernos libremente por el Colegio. Los colegiales que no se fueron de puente se prestaron a ser los figurantes de la secuencia del comedor y de la sala de televisión. A unos los disfrazamos de “No Facers” y otros nos dejaron sus habitaciones para rodar algunas escenas. La de la partida de rol se hizo en la de Ismael, que diseñó conmigo el plan de rodaje.

Aquí tienes un vídeo en el que estamos repasando el plan en el salón-bar mientras cenamos «el bocata del sábado» con el Belén de Navidad al fondo, y otro en el pasillo donde rodamos la secuencia de los “No Facers”. Ismael lleva puesto su polo / filtro rojo.

Fue un rodaje más largo pero más sencillo que el de El Legado de Atecna. Y también tuvo mucha expectación: la mañana que hicimos el plano secuencia del principio, cuando Mateo llega al Colegio, recuerdo ir caminando detrás de él con el trípode agarrado como si fuera la ametralladora de Aliens, para ver el plano por la pantalla lateral de la cámara mientras las patas del trípode me servían de contrapeso. Y por el rabillo del ojo me fijé en ocho o diez colegiales que estaban agrupados abajo, en la escalera de la planta sótano. Sentían curiosidad por ver cómo se rodaba un corto y ese plano era complicado porque empezaba en las escaleras de la recepción y seguía a Mateo hasta la puerta de su habitación, situada dos plantas más arriba. En todo el recorrido no podía cruzarse nadie que mirase a la cámara o nos obstaculizara, y para ello estaba Ismael, que después de intervenir en la acción como Juanma salió de cuadro y se quedó vigilando junto a otros compañeros que controlaban el tráfico en cada una de las plantas.

Los actores fueron sintiéndose cada vez más seguros a medida que avanzaba el rodaje, que no fue cronológico. De hecho empezamos por una de las secuencias finales, en la que Miguel tiene que tocar el piano con las manos quemadas. Fue un reto para nuestro compañero Andrés, que debía morirse en su primer día. Y la elección del tema que interpreta no fue casual: era el que tocaba hasta la saciedad un colegial en sus prácticas de piano, por lo que estábamos hartos de escucharlo cuando pasábamos junto al salón.

Como era lógico no podía esperar de mis compañeros unas actuaciones profesionales, ya que ninguno era actor. Algunos planos costó sacarlos y otros dieron lugar a tomas falsas como la que puedes ver a la derecha, perteneciente a la secuencia final en el auditorio.

Esta secuencia se rodó antes de que el libro fuera “tuneado” por Gonzalo, por lo que todos los planos detalle de sus páginas se insertaron posteriormente.

Y con estos insertos terminó el rodaje del corto, que mantuvo el título de Doomed Mayor hasta su montaje. Decidimos cambiarlo a Veritas porque esa palabra era parte del eslogan del Colegio y también formaba parte del enigma del libro. Le añadimos como subtítulo «No juegues con la Verdad» en referencia a la partida de rol, y como cartel usamos la foto de uno de los pasillos a contraluz, porque el verdadero protagonista era el Colegio. 

Veritas tuvo dos montajes. El primero lo hice en la sala de edición de mi Facultad, donde meses atrás había montado El Legado de Atecna, y utilicé como banda sonora un popurrí de temas de películas que Ismael me pasó y que encajaron muy bien en las secuencias. Para los créditos finales elegimos una canción del grupo Stratovarius titulada «Destiny», que era uno de los favoritos de mi compañero.

Ese montaje se estrenó en el Colegio Mayor un viernes de enero del año 2000. Lo habíamos anunciado con un cartel en la entrada del comedor, y después de la cena las tres salas de televisión se llenaron de colegiales ansiosos por ver el resultado de aquellos días de rodaje. Los minutos previos hubo nervios y emoción mientras subía a mi habitación para coger la cinta VHS que puse en el vídeo de la recepción. Hubo gente que se quedó sin asiento y vio el corto de pie, y otros que pidieron un segundo pase porque habían llegado tarde.

Al principio el público se reía al ver a sus compañeros en la televisión, pero luego se fue metiendo en la historia y muchos nos confesaron al final que hubo momentos realmente «acojonantes». Otros arrancaron más de una carcajada porque pretendían ser dramáticos y resultaron cómicos al recaer en actores amateur. Recuerdo los aplausos y los silbidos de cachondeo que hubo tras la frase «Dios, tú no Miguel, tú no, joder», recitada por un Manuel Moreno en pleno éxtasis interpretativo. Aquello le habría valido el Premio Razzie, pero a Manuel le dio igual. Estaba tan orgulloso de su papel que incluso se veía ya de actor. De hecho, uno de los Salesianos se inventó su nombre artístico y le llamó “Clyde Reffo” en una espontánea y bizarra mezcla de nombres (Bonnie & Clyde + Robert Redford).

Porque los Salesianos también vieron el corto esa noche. Y les gustó. A pesar de todos los elementos polémicos que había en la historia, no hicieron ningún comentario negativo. Lo cual nos quitó un peso de encima y nos permitió disfrutar de su estreno. Ismael y yo estábamos tan emocionados que decidimos aprovechar el subidón para escribir la secuela.

“La Cobra” en su guarida, la habitación 318 del Colegio Mayor

El punto de partida de la secuela fue la desaparición de Mateo al principio de Veritas. Este personaje se esfumaba de la historia después de liberar a la fuerza maligna y no volvíamos a verle, por lo que decidimos convertirle en el protagonista de la segunda parte para explicar dónde se había metido mientras Juanma y los demás estaban atrapados intentando resolver el enigma del libro.

La trama de Veritas 2 alternaba secuencias en el Colegio con otras en exteriores, porque Mateo debía retomar su investigación sobre el «De Verbum Verita» con la ayuda de una misteriosa mujer que le llevaba a terrenos peligrosos. Esta secuela se alejaba del terror puro y duro para entrar en el terreno de la intriga y el suspense, y en el guión había ecos de La Novena Puerta. Poco a poco se iban sabiendo más datos sobre el libro y el clímax volvía a ser en el auditorio del Colegio durante la entrega de las becas del curso, otra tradición que quisimos reflejar.

Pero una vez más nuestra pasión por escribir nos cegó y no tuvimos en cuenta la duración. Ya me había pasado con El Legado de Atecna y con Veritas, cuyos guiones excedían la duración recomendada para un cortometraje. Veritas 2 se nos fue de las manos y directamente escribimos un largometraje. La trama era tan compleja y jugaba a mostrar algunas secuencias de Veritas desde otra perspectiva, que era imposible reducirla a un corto. Y entonces nos encontramos con el problema de una película que no se entendía por sí misma sin haber visto antes el corto. Hoy esto no sería tan problemático gracias a Internet, pero en el año 2000 no existía Youtube y no había modo de promocionar un corto a gran escala para usarlo como reclamo y vender una película.

Al terminar el curso probé suerte enviando el guión de la secuela a la productora Filmax con la esperanza de llamar su atención, y pensé que lo había conseguido cuando me pidieron una copia en VHS de Veritas. Pero después de unos meses recibí la típica carta de «nos parece interesante pero ahora mismo nuestra agenda de proyectos está completa».

Así que en verano me entretuve realizando el segundo montaje de Veritas en el ordenador, como ya había hecho con El Legado de Atecna, para preservarlo digitalmente y, de paso, recordar cómo era el Colegio Mayor “San Juan Bosco” de Sevilla a finales del siglo pasado, antes de que lo reformasen y cambiara por completo el aspecto de sus habitaciones, pasillos y salas comunes.

Con dos de sus protagonistas me fui a vivir a un piso donde estuve 3 años más trabajando como editor de vídeo y participando en otros proyectos de mis compañeros de Mundo Ficción, hasta que me di cuenta de que el tiempo pasaba y yo no tenía un corto propio que pudiera mover por festivales, ya que El Legado de Atecna estaba incompleto y Veritas duraba demasiado.

Necesitaba una historia más sencilla cuyo resultado no sobrepasara los 15 minutos. Y así fue como en 2003 surgió Rata de Túnel.